Vistas de página en total

domingo, 14 de noviembre de 2010

VIDA - 4 -

     Lorenzo reclinó el respaldo de su asiento para ver el monitor del ordenador con el que trabajaba Lorena. En el monitor se podía ver la parte de la habitación donde se encontraba la cama del paciente, pero debido a los filtros que se habían aplicado con el software, todo lo que aparecía en la pantalla se veía en tonalidades verdes oscuras.
     Todo, excepto el paciente que mostraba tonalidades entre rojizas y anaranjadas. Pero estas tonalidades iban apagándose poco a poco con los latidos de su corazón. Hasta que finalmente, sonó por última vez. Después sólo se distinguían tonalidades verdes en la pantalla.
     Lorenzo no era capaz de respirar. Lorena tecleaba para transformar los datos tal y como su maestro le indicó. Sus dedos temblaban sobre cada tecla. Era como si no tuviese fuerza en las manos. La vista se le nublaba con tanta tensión. En más de una ocasión tuvo que rectificar algún dato. Esforzaba al máximo su capacidad de concentración porque cada segundo que pasaba, la posibilidad de obtener resultados se iba alejando. Sólo se escuchaba el teclear de Lorena y los motores de los ordenadores. Por lo demás, silencio.
     Por fin terminó de ejecutarse el programa informático.
Lorena observó la pantalla. Su cara se transformó conforme observaba el monitor. Pero su expresión no duró mas de unos segundos.
     Cuando se volvió para hablar a Lorenzo, este estaba con la mirada perdida, ida, la piel pálida, sin respirar. Lorena pulsó el botón de emergencia. Inmediatamente se pasó del silencio al caos en la habitación. Los efermeros y los médicos trajeron todo el equipo de emergencia y acostaron a Lorenzo en una cama.
     Lorena intentaba no molestar, pero por dentro no dejaba de gritar el nombre de su instructor para la vida, su mentor para la madurez, maestro para la razón, profesor del espíritu y catedrático en amistad. Gritaba su nombre una y otra vez. Todo desde la discreción de sus pensamientos. Mientras, en el interior de Lorenzo sonaba su propia voz que decía:
-No. Ahora no es el momento. Maldición. He vivido cien años para llegar hasta aquí. Es que no voy a poder vivir aunque sólo sea cien minutos más. Cien minutos sólo, para ver el resultado de toda una vida. Es que un ser humano no tiene derecho a ver los frutos de sus esfuerzos. Cien minutos, sólo cien.... cien años y cien minutos, cien...-

-Cien... ¿Qué?. De qué quiere cien. Ya no tiene edad para muchos trotes.-

     Esa voz era la de Lorena. Sonaba cerca. Sentía la dulce vibración de su voz dentro de su cabeza. Entonces sintió de nuevo sus ojos, pero unos pesados parpados impedían abrirlos. Poco a poco lo consiguió. Pudo ver una habitación con luz tenue. Y una figura, ligeramente borrosa, sentada junto a él.
-Mi querida Lorena. Creo que me he implicado demasiado en el experimento. Tanto, que por poco paso a formar parte de él... Lo he arruinado. Por mi culpa no hemos podido recoger los datos a tiempo.-

Lorena rió levemente, con alivio. Cogió su ordenador portatil, lo abrió y se lo mostró.

1 comentario:

  1. Espero que cada vez que dejes el capìtulo no lo dejes con tanta intriga, porque ahora estoy arañándome la cara ¡¡ A VER QUE PASAAAAA!!!!!!!!!!
    Escribeeeeeeee

    ResponderEliminar